Los ex alumnos estábamos reunidos, y los "qué lindo sería!" abundaban después de tantos años de "no se puede". Por eso en esa tarde dejamos volar los deseos como en un ritual, sin darnos cuenta que Paulina Riera estaba piloteando la nave de la Mantovani y ningún dragón la amedrantaría.
Así se fue concretando la idea de un taller abierto a los niños y niñas de la ciudad, que esté en la Manto, fuera del alcance de la miopía de las escuelas que veían como algo “natural” que el "Club de niños pintores" funcione debajo de escaleras, en depósitos, bibliotecas y pasillos y que sólo se acordaban que existía el "maestro de dibujo" cuando había que hacer el telón. Además, en ese taller, los futuros maestros de arte, podrían hacer realidad propuestas innovadoras. Sonaba como mucho!
Pero corrían los `80, y vientos nuevos empujaban sueños viejos y se dio; nació sin nombre y al buscarlo, como hacen los padres, recurrimos a palabras que nos iluminaron y allí don Viktor Lowenfeld nos habló al oído: expresión creadora, dijo. Ya está: se llamará “Taller de Expresión Creadora”.
Nadie se opuso. Los profes y alumnos que pasaron y pasan por el T.E.C llevan su marca invisible e indeleble.
El arte dejó de ser para pocos especialmente dotados, y corretea irreverente desde entonces.
Cuentan las buenas lenguas que aquella vez, la del incendio, ¿se acuerdan?. Esas cabezas hicieron tantas chispas que el aire no lo resistió. Apareció el fuego devorando con gula los trabajos de los chicos. Sus llamas se empacharon de belleza y fantasía.
María Cristina Vanni